jueves, 30 de octubre de 2008

DRACULAS SETENTEROS

Desde que tengo uso de razón, he vivido convencido de que la versión de "Dracula" rodada a finales de los setenta por John Badham tenía que ser la peor de todas. Y sin embargo, tras el visionado que me metí ayer noche, casi que he cambiado de opinión de modo radical. Probablemente sea la mejor.
En 1979 nadie parecía estar muy interesado en los monstruos clásicos o el romanticismo gótico. A pesar de ello, alguien decidió arriesgarse con esta peliculilla que, guste o no, acaba haciendo gala de algunos tics muy de la época, tanto a nivel estético (el aspecto que gasta el vampiro. Hay una secuencia en la que se pasea con la camisa abierta y solo falta un poco de disco music para ambientar) como visual (el look granuloso y oscuro, y arrebatos de violencia tirando a cruda, como el desgarramiento de una garganta en manos de un licántropo o la dura imagen de un bebé asesinado por un vampiro). Y es que, además, la peli tiene una atmósfera muy lograda, algún susto, ideas cojonudas (cómo Dracula se cuela en la habitación de Mina... ¿o era Lucy?), los decorados y la ambientación están extremadamente bien hechas (en especial el castillo habitado por el no-muerto) y por momentos resulta francamente inquietante (cuando Van Helsing entra en la mina que hay bajo el cementerio dispuesto a acabar con su hija, ahora una chupasangre de efectivo y espeluznante aspecto).
Mención aparte merece el gran Frank Langella como Dracula. Las fotos hacían suponer que no existía actor menos adecuado para el rol que él. Sin embargo, la clava. Compone un Drácula diferente y muy carismático, tope de educado y sociable (la verdad es que casi acabas más de su lado que de los buenos) a la par que maligno. Digamos que cae entre la fiereza de Christopher Lee y la ñoñería de Gary Oldman.
La historia no difere en exceso de otras adaptaciones del libro de Bram Stoker (por lo visto, está más inspirada en la obra teatral en la que debutó Bela Lugosi), la única diferencia es que esta está narrada con más brío y efectividad.
Seis años antes, Hammer Films se sacó de la manga "Los ritos satánicos de Drácula", con el tándem Lee & Cushing como absolutos protas. Decir que por esa época la factoría británica de terrores ya andaba algo perdida, pero para mi eso es casi una ventaja, puesto que he descubierto que mis films favoritos de esa gente son los que la crítica considera peores (como éste o la de los vampiros de oro). Si el anterior "Dracula" era eminentemente setentero, este es ya la repanocha. Desde la inconfundible música con regusto funky con la que arranca el film, hasta el patillero look del 90% del reparto. Añádale a la mezcla un remalazo jamesbondiano (con organizaciones secretas de espías high-tech o planes para acabar con la humanidad entera), la obsesión por movidas satánicas (también muy de moda entonces) y la delirante idea de un Dracula empresario (sin duda, la personificación del mal).
Planteada como una secuela de "Dracula 73" (ambas comparten director), el film narra las malvadas intenciones del vampiro de crear un virus ultra-potente capaz de arrasar con el planeta entero (y cuyo fin es, simplemente, quedarse sin alimento y morir!) y de cómo el descendiente número mil de Van Helsing (el gran Peter Cushing), aliado con las fuerzas de la ley, intenta sabotearlo.
El resultado final es cuanto menos bastante entretenido.