Si bien es cierto, que, aún siendo un desbarajuste, no es
tan mala como quieren hacernos ver, entrañablemente, desde ese magnifico
documental que es “Electric Boogaloo: la loca historia de la Cannon”, que se
empeña en hacernos ver que todas estas películas eran poco menos que productos
de serie Z, cuando eso no es cierto. En su momento las pelis de Cannon eran
cine mainstream de primer orden, que quizás ha ganado en desmadre con el paso
de los años, pero en su momento era cine más o menos respetable, como pudiera
serlo el de Warner Bros. o el de
Columbia. Teniendo esto presente, si que es cierto que la película que nos
ocupa es un pequeño desastre, una muestra de exceso por exceso de oportunismo y, sobretodo, de la horterada
más valiente y la vergüenza ajena más palpable.
Para la ocasión, y con el fin de asentar la película en
circuitos más estándar que los de su publico natural – en teoría, los B.
Boys- se les introduce a nuestros
protagonistas en una trama del todo telefilmesca y manida: Tienen que recaudar
fondos para así evitar que la casa ocupa que les sirve de centro social en el
que gracias al baile y al teatro, alejan a los chavales de las calles, sea
derruida y se construya en ese solar un centro comercial. Vamos, básicamente,
el mismo argumento que “El hombre más fuerte del mundo”. Y no hablo de plagio,
que no lo hay, sino de poca –nula- originalidad. Pero vamos, eso es una
constante en estas películas, porque “Breakdance” bebía lo suyo de “Flash
Dance”.
El tema es que con el fin de hacer la película más vistosa y
agradable, convierten a la misma en un “Musical Break”, esto es, se montan
numeritos musicales de fantasía, de esos que alguien se pone a rapear y todo el
mundo a bailar break al ritmo de la música, incluidos policías, carteros y
albañiles. Máxime cuando estos numeritos
se repiten en lugares tan improbables como el hospital –con sus enfermos
lanzando las muletas al suelo para hacer poppin’ o emular a un robot- o el techo de una habitación (que hay que
decir, que esta escena, por otro lado, estaba muy bien hecha).
Y a todo esto, añádanles unos ropajes coloridos e
incombinables, fosforitos y chillones, que convierten la película entera en una
caja de subrayadores Standler.
Ridícula, tonta, boba y vergonzante. Ahora ¿entretiene?
Exactamente igual que la otra, y si pasamos por alto los momentos de vergüenza
ajena, que a su modo la convertirían en entrañable, estamos ante una
continuación natural de lo que empezaron Golam, Globus y Joel Silberg. Con
todo, es bastante inferior que su antecesora.
Por supuesto, las prisas no son buenas, y esta no obtuvo el
éxito de “Breakdance”.
Repiten el trío principal,
Lucinda Dickey (antes de irse a hacer “Ninja III: La dominación”),
Michael Chambers y Adolfo Quiñones, quién con el tiempo afirmó que tras ver el
desbarajuste que supuso “Breakdance 2: Electric Boogaloo” se puso a llorar.
Perdona, Quiñones, pero no te creo.
También Ice – T vuelve a lucir sus pintillas pre-gangsta soltándose
un par de temillas añejos en el escenario.
En la dirección esta vez, tenemos a Sam Fistenberg, Polaco de nacimiento y en la
nomina de la Cannon que dirigió películas tan cannoneras como por ejemplo “Lavenganza del Ninja”, la anteriormente mentada “Ninja III: La dominación”, “ElGuerrero americano”, “El Guerrero Americano II”, “Delta Force III” y luego ya,
fuera de la difunta Cannon, cosas como “Cybor Cop”, “Conspiración en la casa
blanca”” o “Criaturas asesinas”. Ahí es nada.