lunes, 14 de julio de 2014

BERLÍN BLUES

“Berlín Blues” cuenta la historia de un local con música en directo para post- modernos sito en Berlín, en el que actúan una cantante de éxito y su banda, dentro de la cual, el teclista, es discípulo de un maestro de música clásica que condena todo tipo de música que no sea la que él cultiva. Tanta es su dedicación al rollo clásico, que ha renunciado a todo lo demás, por lo que apenas sabe lo que es relacionarse con una mujer.
La cantante, que pone cachondo a todos pero que no se ata a ninguno, será el centro neurálgico de un triangulo amoroso entre ella, su teclista y el maestro de este, en una especie de drama para  acólitos del new-wave. Todo, rollo muy alemán, por supuesto.
Ricardo Franco, debe todo su prestigio a una adaptación cinematográfica de “La familia de Pascual Duarte” de Cela y, sobretodo, esa peliculilla que vista a día de hoy parece una parodia, algo de cachondeo, que era “La buena estrella”. Y todo su prestigio se basa en dos –si me apuran, una- películas. Parece que se olvidan de que la película que dirigió justo antes de “La buena estrella”, “¡Oh, cielos!” con el Gran Wyoming,  era una comedia sin puta gracia que recibió críticas terribles. De hecho quedó prácticamente condenada al ostracismo. Tan mala era que, de hecho, me la compré en DVD por ese mismo motivo. En definitiva, que tiene más bodrios que pelis buenas. Y las consideradas buenas, en realidad son bodrios, así que sumen y sigan.
Y ahora parémonos en este “Berlín Blues”, pretencioso intento de modernidad celuloíca,  con música  de Lalo Schifrin tanto en las composiciones incidentales como en las canciones (y que visto lo visto, se las curró lo mínimo), cuya cadencia, tempo y chabacanería, cuando la estaba viendo, me recordaba al cine de alguien. Efectivamente; al de Jess Franco. Recordemos, no obstante, que Ricardo Franco era sobrino de Jess, y que se curtió, básicamente,  en rodajes de este, así que, si, “Berlín Blues”, recuerda vagamente a una de las películas ochenteras del tío Jess, eso si, con mayor presupuesto, mayor despliegue de medios, y mucho menos atractivo en todos los aspectos. Pero queda claro de donde mamó este prestigioso director. De hecho, la anteriormente mentada “¡Oh, cielos!”, también vendría a ser de la misma escuela. Lo mismo cae por aquí un día de estos.
Por lo demás, la película es un coñazo insoportable, con una iluminación tan chunga, que apenas se ve algo, de personajes rancios y claras ínfulas de cine Europeo y, sobretodo, una historia tan poco interesante que, obviamente, pasó por los cines sin pena ni gloria. Mala a rabiar. Tan mala como cualquiera de las peores películas de Jess Franco, solo que sin desenfoques, bien encuadrada, y sin un ápice de improvisación. Fría.
En el reparto tenemos como prota a José Coronado, pero el José Coronado de los ochenta, lo que se traduce en una interpretación que roza la vergüenza ajena. Javier Gurruchaga como personaje “nuevaolero” y secundario, que pedía a gritos mayor presencia. No se la concedieron. Gerardo Vera, Josep María Pou y unos cuantos actores extranjeros por aquello de que pareciera lo más internacional posible, completan el reparto.
En definitiva, una memez, una mierda. Y encima, pretenciosa.