sábado, 31 de diciembre de 2016

EL FANTASMA DE LA OPERA DE DARIO ARGENTO

He contado la siguiente anécdota un porrón de veces. Puede que incluso lo haya hecho por estos lares. Pero, dadas las circunstancias, es del todo necesario que recurra de nuevo a ella. Festival de Sitges, 1999. Dario Argento viene en persona a presentar su nueva película, una versión muy suya del clásico de Gastón Leroux "El fantasma de la ópera". Son los tiempos en los que tengo gran respeto por el cineasta Italiano, así que acudo genuinamente interesado.
Arranca la película y poco a poco me voy dando cuenta de que... en fin, muy buena no es. De hecho, hacia la mitad el público presente comienza a descojonarse de risa. Y no en las afortunadamente escasas escenas de comedia voluntaria, sino en los momentos más románticos y dramáticos. ¡Pero bueno!, ¿cómo se atreven?, ¡¡que es Dario Argento!!. Indignado sigo viéndola... y no, no mejora. Nada. Finalmente acepto lo que hay y me dejo llevar por la corriente. Vamos, que yo también empiezo a descojonarme de ella. Y así hasta el final.
Luego, acudo a la rueda de prensa en la que Dario suelta las mil monsergas cultas de rigor sobre los clásicos, el arte, etc. Incluso osa referirse a sí mismo en tercera persona, como toda una etiqueta y se sitúa junto a Mario Bava. Vaya, pienso, el amigo no necesita abuela. Más que "El fantasma de la ópera de Dario Argento", igual debería haberse titulado "El fantasma... de Dario Argento".
Desde entonces había evitado revisarla de nuevo, consciente de que, probablemente, sea esta la peli que marcó el inicio de su extensa decadencia (si dejamos de lado las notables aportaciones que hizo para la serie "Masters of Horror"). Pero el otro día leí algo sobre ella, me dieron ganas de verla y... bueno, aquí estoy, tecleando.
¿La trama?, ya saben, la puñetera historia de "El fantasma de la opera" solo que contada por el delirante director de "Suspiria", "Tenebre" o "Phenomena" (la peli, no el desafortunado evento). No he leído el original de Leroux, así que desconozco qué es cosa suya y qué del italiano. Aunque puedo hacerme una idea. Aquí el fantasma no es un músico con la cara desfigurada, sino un bebé abandonado y criado por ratas de alcantarilla (quienes se tomaron la molestia de enseñarle a hablar con pomposa perfección) que, por algún misterioso designio, adquiere fuerza casi sobrenatural. Hasta que le vemos con el aspecto de Julian Sands, pensamos que teniendo en cuenta lo que hace a sus víctimas (partirlas por la mitad o lanzarlas por los aires) debe de ser un monstruo horrible. Pues no. En realidad es un tipo sensible y romántico por el que las chicas se vuelven locas, a pesar de que sea tan bruto, mantenga una relación zoofílica con los roedores y mate con tanta facilidad a personas inocentes. Salvo en el caso de la niña acosada por un pederasta. Aquí es este último el que acaba con el cuello rebanado en una de las escenas más regocijantes de la peli.
Otros momentos seguramente ausentes en la novela son cuando el fantasma se sienta en un tejado a lo Batman y tiene visiones, destacando una muy grotesca con un montón de hombres-rata atrapados en una trampa. Aunque quizás la joya de la corona sea esa secuencia ridícula del automóvil caza-roedores digno de "Los Picapiedra".
En una ocasión Sergio Stivaletti, afamado técnico de efectos especiales que para la ocasión -suyos son los de la peli reseñada- se luce bastante, comentaba que si el cine de Argento había perdido tanto fuelle se debía a que el hombre, ya mayor, estaba cansado de terror y quería rodar bonitas historias de amor, solo que no le dejaban. Tampoco es de extrañar si tenemos en cuenta su sentido del romanticismo: cutre, pasteloso y digno de karaoke. Suerte que el tipo es consciente de lo que su audiencia espera de él y a ratos nos deleita con unas agradecidas gotas de buen gore... y de tetas. Tetas como las de la protagonista, su hija, la inevitable Asia Argento que, by the way, actúa con el culo. Ese tan hermoso que tiene. Siempre pone la misma cara, sus reacciones melodramáticas son harto exageradas y no te crees ni por el forro que sea capaz de cantar como los ruiseñores.
Para no ser tan negativos, citar otro buen momento de la peli: La caída sobre el público de la macro-lámpara que cuelga del techo de la ópera. Muy Argento en su sádico detalle. Claro que 24 horas después ya está arreglada, se ha limpiado todo y la gente no tiene ningún reparo en volver al recinto como si nada. ¡Qué eficientes y osados eran en el siglo XIX!.
A pesar de mi sarcasmo, y de que toda la parte romántica y pseudo-erótica me sigue resultando absolutamente penosa, no encontré "El fantasma de la opera de Dario Argento" TAN mala como la recordaba. Dejémosla en un poco triste pero con sus momentos majos.
De hecho, Argento haría después cosas aún peores... por increíble que parezca. Así que, quien no se consuela es porque no quiere.